miércoles, 6 de diciembre de 2006

la funcion

Cada día, una función. Todas distintas y siempre la misma. Empiezo el día oculto bajo el oscuro telón de mis párpados, procurando concentración. Clin, clin. Se abre el telón. El mismo escenario, el público tan igual y tan distinto. La viejita curiosa. La primera representación es para vos. La mejor de mis sonrisas. Se cierra el telón.Clin. El pacato tributo por la fotografía. El mísero precio de un recuerdo. Nada cambia en este mundo vil donde todo tiene un precio, o eso creen ellos. Que idiotas, ríen. Es suficiente por esta vez. Se cierra el telón angosto de mi mirada.Clin, clin. Clin, clin, clin. Llegan las mismas multitudes ociosas de siempre. La misma triste concurrencia bajo distintos rostros irrespetuosos con la vida ajena. Ellos no saben cómo de ajena es su propia vida. Pasean, pagan por su pequeña dosis de crueldad disimulada en una falsa admiración. Cierro el telón por hastío. Sonrío, miento.Clin. Abro el telón con la exigua sonrisa de los desencantados. Actúo, soy un profesional. El mundo gris, las plateas oxidadas bajo un sol fulgurante, amarillo, cuyos rayos se disipan en un descenso infinito, para cubrirlo todo de tristeza y soledad. Soledad en multitud. Cierro el telón. Músculos entumecidos. Resisto.Clin, clin. Descorro una vez el resignado telón de mis ojos y observo que a la izquierda se hace luz. Algo ocurre pero las exigencias del guión no me permiten mirar. La luz avanza pero no llega, la función termina, la prolongo, pero la luz camina lenta. Cierro el telón aunque así, en la oscuridad, yo sé que la luz prosigue y temo que tal vez pasará de largo y desaparecerá. No llegaré a tiempo para verla en la próxima función. En esas, clin, clin, se abre el telón más deseado, ansioso y precipitado.El parque se ha inundado de color y ella está frente a mí, observándome sutil, con media sonrisa tímida, diferente. Un tenue carmín rosa embellece sus labios, que parecieran indecorables, por hermosos. Es morena, con un pelo denso, recogido a un lado y peinado con una raya laberíntica donde se pierde mi mirada que ya ha dejado de actuar. Todo se ha detenido a su alrededor. El señor de la chaqueta marrón, las palomas, el abuelo con los nietos, la señora del puesto de globos, todos y cada uno de los viandantes. Están petrificados, inundados por su luz. Es posible realmente que el mundo de una vez haya suspendido su viaje, para alguien, para mí. Quizás sea ella quien viene a rescatarme. No más funciones, al menos por hoy.Bajo del pedestal cuidadosamente elaborado, con los músculos ateridos, ahíto de representar la misma función, tan distinta, tan igual. Rompo con el monótono protocolo de mis días, y quitándome la máscara y el disfraz, recojo las monedas mientras todos miran escépticos, pero inmóviles. Ellos no entienden nada. Así, descubierto, la miro para decirle que no hay más función por hoy. Casi avergonzado, bajo mi mirada para intentar, temiendo, esperando su rechazo:- Se ha dado bien la cosa hoy. Te invitaría a algo pero necesito quitarme toda esta pintura.- Te espero, contesta.Y así, me dirijo hacia la fuente mientras todos los que no entienden nada ni lo harán jamás, siguen absortos, estáticos, detenidos. Sumidos en su propia indiferencia. Camino recordando que alguien dijo una vez que lo más increíble de los milagros es que ocurren y que tal vez, por qué no…ella haya caído del cielo para redimirme y liberar para siempre el sombrío telón de párpados hastiados que se cierne sobre mí.

tras el conejo blanco

La primera vez que lo vio frunció el ceño y se dijo: ups, rara avis habemus. Estaba sentado en el banco de enfrente y leía un poemario de Neruda. No daba crédito. Ella hacía lo mismo. Alzando la vista disimuladamente por encima de su libro lo observó. Era un chico más o menos de su edad, alto, guapo y vestía de una forma sofisticadamente desordenada. Se había recostado junto a una mochila de libros en uno de los bancos de aquel parque donde Alicia solía bajar cada tarde a sumergirse en su lectura y se encontraba absorto en la lectura y tomando notas. Rara rara avis, volvió a pensar.Permaneció así, desconcentrada de u libro y observándolo, mientras imaginaba y aun sin conocerlo empezaba a idealizarlo. En esas, él la despertó de su ensoñación al guardar su libro junto a los demás en el macuto y empezar a caminar en dirección al puente sin siquiera haberle dirigido una mirada. Alicia suspiró mientras él se alejaba y bromeándose a sí misma se dijo. Era un sueño claro…o será el calor.Alicia siempre había vivido contracorriente. Sobre todo en lo que al amor respecta. Al llegar a Madrid para empezar una nueva vida todos sus sueños de amor utópico y sublime se habían ido al traste en una cruda realidad que la arrastraba. Parecía tener un imán para las malas influencias. Para las relaciones sin futuro, tumultuosas. Primero se enamoró de un hombre casado que ejecutó con ella a la perfección el guión establecido de la triste historia de hombre casado y amante indignada. Terminó por salir corriendo. Pero en plena huída volvió a tropezar con otra piedra semejante en el mismo camino. En esta ocasión el chico no estaba casado pero como si lo estuviera. Cambiemos novia por esposa. Terminó desquiciándose a sí misma pensando qué podía ver en esos tipos y qué estaba haciendo con su vida y bueno, intentó recomponerse en la distancia. Se aisló. Se hizo acompañar de libros y soledad. Recompuso sus conceptos, sus pilares, y salió fortalecida. Ahora estaba tranquila. Había guarnecido su conciencia y sacado brillo a sus principios y se enfrentaba a la vida desde una posición que le gustaba. A veces se sentía como en una espera desesperante, pero su soledad le había enseñado muy bien a lidiar esos momentos y no cometer errores pasados.Al día siguiente acudió al mismo lugar pensando en aquel desconocido y convencida de que volvería a verlo. Pero no sucedió así. Las mismas señoras mayores de siempre con sus nietos, algún que otro deportista ocasional y gente con sus perros. Ni rastro del desconocido. Ella se reía de sí misma repitiéndose lo de los sueños.Así, siguió con su ritual de lectura diario y terminó por olvidar a aquel extraño hasta que un día lo vio aparecer de nuevo. Con aquella mochila cruzada a un lado y aquel aire desenfadado lo observó embelesada en la distancia, esperando que se sentase en el banco que estaba libre, que esta vez le quedaba más cerca. Pero el chico continuó su pausado caminar en lugar de sentarse y se acercó hasta a ella para preguntarle algo que jamás alcanzaría a recordar, hechizada como estaba, en aquella mirada azul infinita y pensando que ahora sí, tal vez, aquél sería el conejito blanco que de una vez la transportara al país de las maravillas.